martes, junio 14, 2016

10/06

Dormía profundamente, un portazo escuché y desperté. Serían pasadas las 6am, eso calculé. Esperaba oír más ruidos pero estaba en silencio.  Tal vez solo se había marchado mi Tía Alba. Traté de dormir otra vez, en 2 minutos dormía profundamente. Escuché la voz pausada y preocupada de mi padre casi susurrante diciendo mi nombre. Desperté sobresaltada, hacía  semanas que mi mamá estaba delicada de salud y en la última semana  su  decaimiento fue exponencial. Abrí los ojos y lo vi, se veía triste y preocupado pero derecho y de pie. -Ve con tu mamá-solo eso dijo,  no necesitó decirme más.

 

Bajé las escaleras rezando no hubiera pasado lo peor, pero mi corazón me decía otra cosa. Se había ido.

 

Vi su rostro relajado. Rejuvenecido, en paz.  Las lágrimas salieron lentamente de mis ojos y un vacío fue creciendo en mi pecho, no podía respirar, sentía un bloqueo le tomé la mano y solté el llanto. No respiraba. Ya descansaba. Mis hermanas ya la rodeaban, yo fui la última en bajar.

 

Mi hermana culichilanga estaba devastada. No lo podría creer y lo entiendo. Hacía 10 días la había despedido de la capital con aparente mejoría. Sin embargo el dolor volvió y cada día, veíamos como la perdíamos. Esa sensación de no poder hacer nada, de impotencia, es indescriptible. Apenas la noche anterior ella había llegado a la ciudad.

 

Estaba en crisis. Mi papá con voz tambaleante le decía: tranquila, no llores, cálmate. NO encontraba palabras para consolarla. Yo no entendía como nos consolaba a nosotros cuando debía ser al revés.  Cuando noté un desespero mayor en su voz reaccioné. Le dije: Mírala. Ve como su semblante está en paz. ¿Te acuerdas como era su rostro anoche? Está en paz. Esta mejor.  –No por favor, no lo puedo creer- repetía.

 

Y yo sentía que estaba en una pesadilla en la que hasta hoy, no he podido despertar…