Había una vez, un colibrí amarillo. Una amiga lo recogió y le dije que Yo lo cuidaría. Era amarillo canario con la parte de abajo en un color entre gris y café tenía los ojos dulces y el pico rojo como el que visita mi ventana. Lo tenía en mi cuarto y le dí agua en una tapa y miel con mi mano. Lo cuidé, pero siempre quería escapar, y yo no podía dejarlo ir, por que todavía no estaba lo suficientemente sano. Un ave herida, que se resistía al enclaustramiento. Descubrí que el amarillo era pintura vinílica. Desgraciados- pensé- podía haber muerto.
Le quité poco a poco pedazos de pintura de sus plumas y pudo volar. Saqué todo de mi cuarto con la esperanza de que pudiera sanarse mejor y no perderse entre libros, cojines bolsos y zapatos. No puedo limitarlo a una caja, pensé. Si no intenta volar, jamás se recuperará. Y tenía esa libertad a medias.
Terminé cansada tumbada en mi cama de tanto movimiento.
Luego, desperté.
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2 comentarios:
Es un sueño bastante puro, si me lo preguntara alguien.
demasiado gráfico, privar de la libertad a quién no desea ser privado, retener con dulzura, con la bandera de curar heridas
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