Era de noche, la noche más oscura que recuerdo. Las calles estaban solas. No sé cómo me convenciste y salí contigo. Pasaste por mí a casa de mi abuela, tenías un tsuru rojo viejito que te dejaba tirado, justamente en el semáforo al final de la cuadra. Humeante y destartalado, le echabas agua al radiador ( tal vez se calentaba) y lo empujabas para que se echara a andar. Me ofrecí a ayudarte, pero sonreíste y me dijiste en tono cariñoso: Puedo solito, tu quédate ahí.
Platicamos mucho, estábamos dentro del carro y te llené de reproches, lloré, hice berrinche y también te perdoné. Me desahogué de toda esa carga que sentí traía desde el día uno. Complaciente tratabas de consolarme o tal vez tranquilizarme tocando mi mano, mi cara. No me toques, por favor - te dije… Como si el roce de tus manos en mi piel cambiara mágicamente toda la situación.
Vámos - te dije -. ¿Por qué siento tanto con tan pocas citas? Nos reímos a carcajadas… O dime tú… - pregunté - ¿Ssucedió? o fue solo una fantasía de mi romántica mente? -. Asentiste con la cabeza y una sonrisa nostálgica se asomó en tu rostro. No te quiero fuera de mi vida, te dije. Extraño a mi mejor amigo. Nos abrazamos. Te perdoné.
Después no postergamos lo postergado, primer y última vez….
Es extraño soñarte ahora que no te quiero tanto.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario