martes, marzo 10, 2015

Crónicas de NY - seis

Nos levantamos muy temprano, desayunamos en el Starbucks a unos metros del hotel, estaba fresco, unos 17 grados, algunos amanecidos seguían de fiesta en Times Square y otros madrugadores dando un relajado paseo. Un desayuno ligero y tomamos taxi al Ferry.  En el camino la ciudad adormecida nos daba  los buenos días. Las calles semivacías son más agradables de ver, la gente, las prisas distrae la mirada y se te olvidan los edificios, las marquesinas.  La brisa se sentía en toda la isla, soledad a comparación de un día anterior, llegamos al ferry y era un gusto no encontrar fila, salvo cuatro o cinco desmañanados hacían fila antes que nosotros. Saldríamos en el primer embarque.

 

Apenas se llenó la barcaza, elegimos estar arriba para disfrutar la vista. Por un lado Brooklyn y del otro Manhattan divididos por el caudaloso Hudson. se escuchaba el motor de la barcaza y veíamos cada vez más lejos los imponentes edificios de Manhattan, a simple vista parecía estar muy lejos la Isla, poco a poco las dimensiones crecían. Bajamos y caminamos por ahí, no se podía subir a la estatua, pero los jardines de alrededor nos daban la bienvenida, un grupo de orientales (al parecer japoneses) nos seguían el paso, tres niñas de entre 4 y 6 años nos entretienen al imitar la pose de la estatua. La brisa fresca nos despertaba, y de fondo, la bella Manhattan. El perfil de la Isla nos embelecía, es imponente como el perfil sobresale donde ya no ves tierra. El caudal del río el cielo y la mano del hombre dando su toque.

 

Llegamos, de lejos diminuta, apenas la podíamos apreciar.  De cerca no nos parecía tan imponente, pero siempre bella.  Nos sentamos en los verdes jardines solo a apreciar la vista panorámica. No hay tiempo límite ahí, podíamos estar todo el día, pero nos faltaría hacer el resto del recorrido.

 

Nos subimos de nuevo al ferry y nos lleva a la isla Gobernador. En ella, el museo de la inmigración un bello edificio, me da una inmensa tristeza. Cuanta gente estaría por ahí, cuanta gente llegaría triste y con muchas ganas de crecer… Los cimientos de una nación. En la entrada, una instalación nos recibía, muchas maletas de diferentes épocas y niveles culturales… Cestos, telas, tejidos, pieles… Si fueras inmigrante, con que “tesoro” saldrías de tu casa?

 

Podías apreciar pasaportes, pequeños zapatos y vestidos…

 

¡Qué de cosas acarrea uno!… Recuerdos, memorias, tradiciones, algo que te dé identidad. Que historias hay detrás de cada objeto. Momentos felices, vestidos de boda  o de tristeza….

 

Que melancolía hay encerrada en esas letras escritas sobre postales, mensajes de esperanza al hermano abandonado, en la guerra, en el hambre.. No sé.

 

Subí hasta el tercer nivel, la vista de la bahía era impresionante. Sobre una caja de cristal viejos objetos del antiguo hospital de la guerra.  Muebles antiguos, desvensijados, cartas de amor… Otros tesoros. Una réplica de la estatua de la libertad, anuncio de que sería enviada a la Nueva Inglaterra….

 

Que melancólico. Perdí a mis acompañantes,  Pasee un rato por la Isla hasta que nos encontramos, no había señal, el poder de observación es mayor. La brisa fresca aliviaba, la misma que todas esas personas respiraron, pensé. Hasta los sobrevivientes del Titanic. Seguro aquí estuvieron también. Caminamos de regreso otra vez por el distrito financiero, tomamos el turibús nuevamente para disfrutar la vista mientras nos acercaba a nuestro próximo destino: La Pequeña Italia. La Guía más simpática de turistas nos acompañó en este trayecto, bromeamos con ella y gustosa le día propina, nos hizo reír mucho que hasta foto nos tomamos, nos dio algunas recomendaciones y sobre todo cuidar los tiempos para el recorrido nocturno.

 

Llegamos a la pequeña Italia, recorrimos sus calles, sus puestos el ambiente bullanguero es relajante, ver todos los puestecitos callejeros a la manera francesa, sobre la banqueta, adornados algunos con flores frescas, algunos delimitados por sobrias herrerías y otros libres, con pequeños puestos invitándote a degustar, es un hermoso paisaje urbano. Con casonas bien cuidadas, la mayoría y las calles llenas de gente… Empezamos degustando un delicioso Gellato en Ferrara, la gelatería que encontramos más antigua (1892), además de contar con deliciosa variedad de postres: palanquetas, los clásicos macarrones, cannolis, biscotti, variedad de pies y pastelitos… Un paraíso! Comimos en un pequeño restaurante italiano una deliciosa Ensalada, Pasta y Pizza, acompañada del tinto de la casa por un módico precio, la comida más barata! Y la disfrutamos mucho... Después caminamos por Chinatown, donde no vimos nada de maravilloso, ni super precios ni trato preferencial, los chinos parecen molestos si preguntas por las cosas y ni siquiera te atienden si solo vas a ver…. Seguimos caminando hasta el  Soho, viendo sus tiendas excéntricas de ropa, joyería y algunos muebles  do-it-yourself. Es una galería. Las calles sobrias y limpias constrastan con el bullicio de las anteriores.

 

Pasamos gran parte de la noche en compras.  Regresamos pasada la medianoche a la zona de Times Square.

 

 

 

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